Cristal, Coralina, Brisa, Yogi, Elisa, Tizano, Chervo, Wila, Puka, Escriba, Tumbuy... Así podría continuar la lista de nombres hasta cubrir toda la extensión de esta nota, listando las copiosas variedades –en este caso de lechuga, y sólo algunas– en las que se ramifica el inagotable universo de las hortalizas.
Sobre ese abecedario de semillas que va de la “a” de acelga a la “z” de zanahoria construyó su negocio Florensa, la pyme cordobesa que en 80 años de vida se convirtió en sinónimo de horticultura.
Eusebio Florensa la fundó en 1942, su hijo, Jorge, tomó la posta hace años y hoy ya protagoniza un proceso de relevo hacia la tercera generación. En ese devenir, la empresa fue capaz de echar raíces tan firmes como para navegar con éxito ocho décadas en la economía argentina.
Desde su enclave al lado del Mercado de Abasto logró llegar a clientes de toda escala, desde huerteros domésticos hasta grandes productores, a lo largo del país. En los últimos años, el propio Jorge Florensa comenzó a desarrollar un negocio internacional con el que va consolidando presencia en Bolivia, Paraguay, Uruguay, Colombia y Perú.
–¿Cuál es el secreto para 80 años de vigencia?
–Muchas ganas de trabajar, muchas. Tenemos 55 empleados directos en la empresa y casi todos nos acompañan desde hace años. Todos ponen gran dedicación y esmero.
–Pero Argentina es una montaña rusa, también contará con la capacidad de cambiar y adaptarse...
–Y si, hay que saber ‘leer’ contextos. Nos informamos e instruimos mucho todo el tiempo. Y tratamos de equivocarnos lo menos posible. A mis hijos, por ejemplo, los mandamos a afuera a aprender antes de sumarse a la empresa. A Dinamarca, a Estados Unidos; a ver cómo se hacen allá las cosas. Nos hemos ido especializando y logramos tener una empresa sana, sin deuda, que tiene crédito desde el exterior, de sus proveedores.
–¿Sus cuatro hijos están tomando la posta?
–Dos de ellos trabajan directo. Natalia, que es ingeniera agrónoma, es la presidenta. Martín está en la parte publicitaria. Luego Pablo, que tiene su empresa propia, aporta como asesor. Y Fernanda está en el exterior, ella no participa.
–¿Y cómo viene el pase a Natalia? Usted ya vivió eso con su padre, ¿fue igual?
–Ella viene relevándome hace rato, ellos ya están encaminados. No es un proceso fácil, hay que conversarlo mucho. Con mi padre fue distinto porque con mi hermano éramos sólo dos, nos pusimos de acuerdo y cada uno tomó un camino. Ahora, con mis hijos, la empresa tiene que lograr otra dimensión. No se puede dividir porque tengo siete nietos, son muchos (ríe).
–¿Cómo trabajan para lograr ‘otra dimensión’?
–En materia de semillas, Argentina es proveedora de Argentina. Nosotros le vendemos a 48 millones de personas, porque estamos en todo el país. Somos varios los que competimos, entonces uno podrá sacar un 1% al otro, o viceversa. Por eso, lo que comenzamos a hacer hace ya varios años es desarrollar el negocio en el exterior. Ya pusimos pie en varios países: Paraguay, Bolivia, Perú, Colombia, Uruguay.
–¿Cómo desarrollan ese negocio?
–Tratamos de introducirnos en el mercado internacional con variedades de semillas típicas de Argentina, como el zapallito verde redondo, que no existe en otra parte del mundo. Sólo algo en Uruguay. También la calabaza cordobesa, lechugas típicas, etcétera. Compramos productos a nuestros proveedores de genética y luego hacemos ensayos en esos mercados, con los distribuidores locales.
–Con los ensayos, suman “sintonía fina”...
–Tomamos la genética que nos gustó y la vamos orientando hacia qué es lo que nos quisiéramos que sumara esa variedad: si queremos un color un tanto más verde, algo más de altura, etcétera. Son desarrollos que llevan años, por eso hace 10 que empezamos a trabajar afuera. Lo mismo realizamos aquí en Argentina. En un año, por ejemplo, probamos 500 variedades de tomate.
–¿Todas las semillas tienen trabajo genético?
–Ahora prácticamente todas son híbridas; son pocas las de polinización abierta (OP): lechugas, rúculas. Eso significa que se toma un padre y una madre que da, por ejemplo, pimientos muy lindos, pero que no tienen resistencia ni el formato tal cual se quiere. Y se van haciendo miles de cruzas hasta que se encuentra el que se busca, el que sirve. Hoy, más que forma y color, se busca resistencia. Todo es un proceso natural, pero con mucha investigación y tiempo, por eso es caro. Los hacen genetistas en todo el mundo, que son nuestros proveedores.
–¿Sobre eso ustedes testean?
–Sí. Tenemos una red de ingenieros con la que estamos presente en todo el país. En La Plata (Buenos Aires) contamos con una UDH (Unidad de Horticultura) de dos hectáreas en la que hacemos ensayos. Y estamos abriendo otra en Salta; desde esa región, viene todo el tomate que tenemos en invierno.
–Por lo que relata, entonces, ¿la mayor parte de las semillas que se venden en el país son importadas?
–Las de mayor valor. En el país se hace mucha semilla, pero de bajo costo, donde no hay genética o ya está implantada, y lo que se hace es cuidarla. Como el perejil, donde la genética ya está hecha, hay que cuidarla. En volumen, diría que es 50% nacional y 50% importado, pero en valor,es 10 local a 90 importado.
–La diferencia de rendimiento debe ser fuerte...
–Enorme. Una hectárea de tomate híbrido bien llevado puede dar 200 toneladas de tomates; mientras que una de tomate OP común con suerte dará 20.
–Con la falta de dólares, ¿se complica traer semillas?
–En nuestro rubro no, porque es prioritario, y lo facturado es poco comparado con otras actividades. Deber estar entre los 35 y los 40 millones de dólares en un año; quizás es la importación de un tipo de repuesto de una automotriz.
–Yendo a lo micro, en los últimos años hay una especie de “boom” de la huerta hogareña. Hasta yo ensayé una en pandemia...
–Es que hacer huerta es hermoso. Permite comer sano, ahorra dinero y ayuda a la cabeza. Yo tengo una también. Ahora de las altas, para cuidar la cintura. Eso sí, requiere trabajo todos los días.
–Doy fe, la mía es historia ya...
–Sí, son 15 minutos, no mucho más. Pero a diario. Los tomates y los pimientos son más complicados, todo lo de hoja es fácil.
–Mencionaba ese ‘boom’ para saber, ¿creció para ustedes ese negocio?
–Sí, creció, pero sigue siendo chico en relación con nuestro otro universo de clientes, el profesional. La huerta familiar representa entre el 10% y 15%, y la atendemos con nuestras dos sucursales, en el Centro y aquí junto al Abasto. Y con un distribuidor que nos coloca en negocios de todo el país.
–¿Quiénes son sus otros clientes?
–Los profesionales son los productores: quinteros que atendemos de forma directa y a través de distribuidores, aquí, en el interior, y en todo el país. También tenemos a empresas de conservería, como Arcor. Y las plantineras, esas empresas que siembras las semillitas en una bandeja, chiquitita, y hacen la plantita que luego se trasplanta. Siembra de precisión.
–Con los vegetales, como con tantas cosas, también hay modas. Cuando lo entrevistamos en 2012 para este espacio, nacía el auge de la rúcula...
–Sí, es impresionante. Existía desde siempre, pero su consumo se disparó. Nosotros sólo traemos 40 toneladas de semillas. La gastronomía tiene mucho que ver con eso, empezó a instalar el consumo de ensaladas con distintas hojas, por ejemplo.
–¿Cuál es la estrella vegetal del momento?
–Viene creciendo mucho el kale.
–Un “superalimento”, dicen...
–Sí. Ya comercializamos cuatro variedades.
–Igual, a nivel masivo, es difícil destronar al tomate y la lechuga, ¿no?
–Así es, el tomate está primero. La papa es fuerte, pero es otro negocio, viene de tubérculo. En semillas, luego del tomate vienen la cebolla, la lechuga, la zanahoria y después todo lo verde: acelga, espinaca, rúcula. Hay una variedad enorme en horticultura, pero el tomate sigue siendo el número uno.
Nombre. Jorge Florensa (76 años).
Casado con. Graciela.
Hijos. Natalia, Martín, Pablo y Fernanda.
Le gusta. Los deportes: tenis, bicicleta y está descubriendo el golf.
Cargo. Apoderado de Florensa. Natalia es presidenta de la empresa, Martín también trabaja en la firma y Pablo asesora de manera externa.
Empresa. Florensa Argentina S.A. Productora, importadora y exportadora de semillas hortícolas, de flores, bulbos y césped. Comercializa también fertilizantes, maquinaria para el campo y otros insumos.
Estructura. Emplea a 55 personas de forma directa. Su sede central está junto al Mercado de Abasto, tiene dos sucursales de venta al público en la ciudad, presencia a través de personal técnico y comercial en distintas regiones del país y dos Unidades de Horticultura, en Buenos Aires y en Salta.
Otros negocios. Campos de producción intensiva (maíz, girasol, soja, algodón y otros) y la cadena de gimnasio Evo Training, con cuatro sucursales.
Facturación. U$S 6 millones en 2021.
Teléfono. (0351) 496-1500.
E-mail. [email protected]
Web. florensa.com.ar.
Fuente: La Voz