El dinero a corto plazo se volvió carísimo. Desde la última licitación del Tesoro, el Gobierno metió un volantazo: subió fuerte las tasas en pesos para frenar la suba del dólar y absorber pesos del mercado. ¿El resultado? Un golpe directo al corazón del financiamiento productivo.
Las cauciones y letras a corto plazo treparon a niveles récord. En algunos segmentos se llegaron a convalidar tasas efectivas anuales por encima del 100%. Muy lejos de las tasas pasivas, que siguen en torno al 30%, y del 27-32% que se espera de inflación para 2025.
En ese intento por apagar el fuego cambiario, se encendió otra alarma: el costo del crédito diario se disparó. Las pymes que viven al día -las que pagan sueldos, compran insumos y sostienen su actividad con adelantos bancarios- se toparon de frente con una Tasa Nominal Anual (TNA) de 54 % para descubiertos a un día. Hace una semana estaba en torno al 30 %. Es decir, en solo unos días, financiarse para cubrir un bache de caja se encareció más de 20 puntos.
Pero eso no es todo. En cuestión de días, el mercado quedó descalzado: las tasas cortas volaron, pero las de mediano y largo plazo no se movieron con la misma fuerza. Hoy una pyme paga el doble por financiarse a 48 horas, pero emitir deuda a varios meses aún no se encareció. ¿Es un shock transitorio? Tal vez. Pero si en las próximas semanas las tasas largas siguen el mismo camino, el crédito se va a encarecer para todos.
Y cuando el crédito se frena, no lo sienten solo las empresas. Lo siente el bolsillo. Si este nivel de tasas se sostiene, el sobrecosto financiero puede terminar en los precios. Además, se encarece el acceso al crédito para las familias: pagar el mínimo de la tarjeta, sacar un préstamo personal o comprar en cuotas va a costar más.
En este contexto, pocas dudas quedan: la cuenta a mediano plazo no cierra. Con inflación esperada para 2025 en torno al 30%, sostener tasas reales de 10, 15 o incluso más puntos por arriba se vuelve inviable para cualquier estrategia productiva. Las empresas no toman crédito al 150% si sus ingresos suben al 30%. Los hogares tampoco: con estos niveles de tasa, financiar el consumo se vuelve un lujo. El resultado: se puede frenar el crédito y el consumo.
Pero el problema no se agota en el sector privado. Para que el sistema tolere tasas tan altas, el Tesoro también tiene que convalidarlas. Es decir: pagar rendimientos en pesos muy por encima de la inflación. Más gasto por intereses. Más exigencia fiscal. Y más necesidad de superávit primario para que las cuentas cierren.
Mientras tanto, la plaza financiera se recalienta. El desarme de las LEFI y la suba de tasas crearon las condiciones para que entren capitales especulativos. Con tasas reales altas y un dólar planchado, el arbitraje es tentador. Entran fondos buscando rendimiento, baja el dólar y se oxigena la plaza en pesos.
Y ese viento puede cambiar en cualquier momento. Una señal de giro en la política monetaria, una duda sobre la posición fiscal o un ruido externo bastan para que esos capitales huyan. Cuando eso pasa, se tensiona el tipo de cambio, se presionan las reservas y se resiente la estabilidad.
Si la curva de tasas no se estabiliza, la tensión se va a trasladar al resto del sistema financiero. Y con eso, se agranda la brecha entre una macro que parece ordenada en los papeles y una economía real que se ahoga por el costo del dinero.
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