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La enfermedad holandesa (07/03/2012)
La enfermedad holandesa

 

Columna de opinión de Marcelo Capello, presidente del Ieral-Fundación Mediterránea, para El Economista.

Lo que pareció una gran noticia en la Holanda de los años sesenta, el descubrimiento de gas en el Mar del Norte, terminó finalmente derivando en un dolor de cabeza: la entrada de divisas que siguió a ese evento apreció su tipo real de cambio, y por esa vía afectó la competitividad y la producción de la industria holandesa más tradicional. ¿Pero cuál era el inconveniente si de todas maneras existía el efecto compensador de los mayores ingresos por gas? El problema residía en que esta actividad incorporaba mucho menos empleo que la industria manufacturera, desplazada en forma indirecta.

Similar fenómeno se asoció luego en otros países a los ingresos de capitales financieros externos o a la suba en los precios de commodities con alta participación en las exportaciones. Esta última posibilidad se viene discutiendo crecientemente en América Latina, respecto a si el formidable impulso que significa la demanda asiática y el consecuente encarecimiento de las materias primas de la región, no conducirá finalmente a una ralentización de la creación de empleo industrial y a la reprimarización de sus economías.

Casos

Algunas consecuencias como las mencionadas parecen ya verificarse en algunos países de la región, aun cuando se haya optado por diferentes estrategias macroeconómicas. En Brasil, por ejemplo, el empleo industrial caía 0,5% interanual en noviembre de 2011, luego de que varios años de apreciación real de su moneda restaran competitividad a la producción de bienes transables.

Aún cuando la estrategia cambiaria en la Argentina fue diferente a la de Brasil, manteniendo el tipo de cambio en valores nominalmente altos, la inflación generada por una política excesivamente expansiva apreció la moneda y restó competitividad a la industria local. Así, el empleo asalariado industrial incluyendo informales (como lo releva la EPH) ya no crecía en el primer semestre de 2011. Considerando sólo puestos declarados, el empleo industrial aumentó 14% en los últimos cinco años, contra 35% que lo hizo el empleo en la Administración Pública.

Fondo anticíclico

Muchos factores influyen sobre la competitividad industrial, y no todos ellos se terminan reflejando en la tasa real de cambio. Presión tributaria, niveles salariales, innovación tecnológica, seguridad jurídica, infraestructura, calidad institucional y regulaciones excesivas, son sólo algunos ejemplos.

Resulta erróneo pensar que sólo el tipo de cambio importa para la competitividad, pero igualmente equivocado puede resultar el considerar que alguno de los factores antes mencionados, por sí solo y en forma tardía, puede modificar la situación si se deja apreciar demasiado la moneda. La experiencia del final de la convertibilidad resulta elocuente en tal sentido. Si bien no es el único instrumento, la política fiscal puede jugar un papel fundamental para evitar el fenómeno de la enfermedad holandesa, implementando una apropiada estrategia contracíclica.

Cuando la economía se acerca o sobrepasa al producto potencial y la demanda privada está firme (originada por ejemplo en los buenos precios internacionales de las exportaciones primarias), el gasto público corriente debería subir menos que el resto de la demanda para así compensar presiones sobre la oferta de bienes. Ello exige no sólo tener superávit fiscal, sino también mantenerlo o ampliarlo en el tiempo, pagando deuda y/o conformando un fondo de ahorro para usar en épocas no tan buenas. Los fondos de ahorro anticíclicos no sólo resultan útiles para enfrentar crisis vía expansiones compensadoras del gasto o reducciones de impuestos, sino que también ayudan a evitar dos efectos macro relevantes: apreciaciones cambiarias marcadas y eventos de inseguridad jurídica que suelen devenir comunes en crisis fiscales, cuando en ausencia de financiamiento el Estado recurre a manotazos de ahogado que trastrocan el orden legal.

Deterioro fiscal

La estrategia fiscal del último lustro en la Argentina ha ido en contra de aquellos preceptos, aún cuando no sólo economistas neoclásicos sino también keynesianos los pregonan. Al menos eso es lo que dicen los datos. En 2011 el superávit primario del sector público nacional cayó hasta 0,3% del PIB (algo menos de $5 mil millones), cuando había alcanzado 3,9% en 2004. Debe considerarse, además, que hubo un déficit de aproximadamente 0,3% del PIB en las provincias durante el último año.

Hay que remitirse hasta 2001 para encontrar cifras semejantes. Si en 2011 se sustraen los recursos extraordinarios provenientes del BCRA y ANSeS, en el sector público nacional se tiene un déficit del 1% del PIB. En rigor de verdad, ese guarismo ya había sido negativo en 2010 (0,5%). La impactante caída del superávit se produce aun cuando en los últimos diez años los ingresos nominales del sector público nacional crecieron 1.040%. En valores constantes la suba de ingresos fue del 146%, y 176% si se mide en dólares nominales.

Por supuesto, el gasto primario creció más que los ingresos en dicho lapso: 1.072% en pesos nominales, 153% en pesos constantes y 184% en dólares nominales. Como consecuencia de tal evolución fiscal, en 2012 la política fiscal difícilmente pueda utilizarse para compensar la desaceleración económica en ciernes. Es el costo de ser keynesianos asimétricos y no haber seguido el pensamiento del economista inglés también en la etapa alcista del ciclo.

 

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